En defensa de la democracia
by
Pau Miserachs
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dimecres, 4 d’abril del 2012 /
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Que el destino de un pueblo compuesto de diversas naciones, como España, esté ahora en manos de un banco, como el Banco Central Europeo, según anuncia la prensa económica, es más que preocupante. La inmediata caída del Ibex y la nueva subida del tipo de la deuda son el más claro aviso del descontento de quien manda en realidad. Parece ser que la soberanía pende de una decisión financiera. La democracia ya no es el régimen político que permite el normal funcionamiento de la vida pública, las instituciones representativas y la creación de las leyes. Ni Zapatero pudo ni Rajoy va a poder con el poder acumulado por los mercados financieros. Los mercados son los que dictan las reglas. Y ahora toca empobrecer a los sufridos trabajadores y hacerles trabajar más sin percibir nada por las horas extraordinarias, que es otra manera de devaluar los sueldos. También se observa que el norte de Europa va contra el sur. Los del norte, como en la época de los vikingos, se quieren hacer ricos en con las miserias del sur. Los países del norte nos atenazan con los créditos de contención para evitar un mayor estallido económico, pero hay que pagarlos con los intereses de mercado, aunque sea una inversión de los del norte en el sur. Nadie da nada por nada en el mercado europeo. Y el norte mira al sur con recelo. La democracia del norte no confía en la democracia del sur. Y uno, a la vista de la situación actual se pregunta dónde estamos, qué hay con eso de Europa. Y el ministro de Economía dice que es que hay dudas sobre Europa, ¿o más bien es que Europa las tiene sobre España y el coste que puede tener el rescate y saneamiento de una España con corralito incluido?. Y uno se pregunta dónde queda la política y la democracia. En vez de enfadarse el Gobierno con la presidenta de Argentina, habría que llamar a consulta a los expertos financieros de Argentina que salvaron al país del corralito. Quizás nos puedan ayudar y aconsejar por si acaso. La mascarada medievalista de mantilla, traje de penitente, exhibición turística y festival de flamenco en que se han convertido las procesiones de Semana Santa en toda España puede escandalizar a más de un austero europeo de la escuela luterana. Al igual que, al ver que con un 23 por ciento del personal en el paro -más el que se avecina-, la gente, con o sin dinero, se va de las aglomeraciones urbanas a pasar unos días de vacaciones a Benidorm, a Torremolinos, a Sevilla, al norte, al sur y donde les lleven los aviones, desde Nueva York hasta Buenos Aires, desde Singapur hasta Pekín. La democracia se ha convertido en vivir como se pueda, pero vivir. La gente joven busca nuevas soluciones para los viejos problemas de vivienda, trabajo estable, autenticidad y libertad sin ataduras de ningún tipo. Con este afán de libertad, unido a la globalización e inmediatez de la información, fracasan todas las religiones y todos los poderes. Los ‘indignados’ reaparecerán con la vuelta de las vacaciones de Semana Santa. Pero nadie se plantea si es necesario el Estado y tanto aparato administrativo de funcionarios para llegar al catastrófico resultado económico al que ha llegado el partido que tenia prisa por hacerse con el Gobierno y decía que iba a sacar a España de la crisis. Hay quien se pregunta, de cara al futuro, si en vez de una nueva constitución lo que haría falta es un nuevo modelo de soberanía, sin constitución y con menos estado; con una comunicación que no desinforme, otros modelos educativos, otra organización social. Raymond Aron decía que los acontecimientos históricos son previsibles en la exacta medida en que son casualmente explicables. Para él, porvenir y pasado son homogéneos: las proposiciones científicas no cambian de carácter según se apliquen al uno o al otro. Hay hechos que se prestan a la previsión, como la esperanza de vida y la mortalidad, la educación, los costes sociales, los costes militares. Pero donde fallan todos los métodos es en el mundo económico, en las previsiones a largo plazo. Aún así, se pueden conocer las previsiones a corto plazo. Se sabe que en gran manera la depresión es también una cuestión psicológica de los consumidores. Pero existe un imprevisible en cualquier pronóstico: son imprevisibles las perturbaciones motivadas por la exacerbada aspiración de ganancia de algunos y la inestabilidad de los consumidores a los que atemoriza el desabastecimiento. Sufre siempre el valor trabajo, no la plusvalía. Pero ahora que ya sabemos que el pleno empleo es poco más que imposible. Sabido es, también, que el capitalismo no muere, sólo se transforma, y que las sucesivas teorías que hablan de autodestrucción, hundimiento y nuevos regímenes y triunfo de la utopía no son más que una invitación para crear un nuevo capitalismo, como el que se describe en El Capital de Karl Marx. Así ha sido cómo el progreso no se ha detenido,. Y lo demuestran los países emergentes, como también lo va a demostrar Birmania en la región asiática. Si el pueblo adquiere su riqueza, las contradicciones se reducen por el libre juego del mercado. Pero si es el Estado el que interviene en el mercado queriendo asignar la riqueza y gestionarla, las contradicciones aparecen inmediatamente con las perturbaciones, como los anaerobios en los quirófanos. Una sociedad más democrática va a ser necesaria para salir de la crisis. Que no lo olviden los sucesivos gobiernos que tendrán que gestionar la función pública en las sociedades europeas del sur. La democracia participativa es la solución para evitar el caos. Una democracia sana y abierta puede generar nuevas vías y nuevos modelos de organización social, sin escepticismo y sin más traumas que el fracaso de los políticos que pretenden imponer su tiranía desde el poder, como también desde la oposición. Estas actuaciones que ayudan al desarrollo de las crisis económicas son manifestaciones de la violencia del poder sin límite. Y es que el liberalismo se lleva mal con la democracia absoluta.
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