Riqueza, crecimiento y desigualdad
by
Pau Miserachs
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dissabte, 31 de març del 2012 /
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desigualdad,
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riqueza,
utopía
Adam Smith, en su obra La riqueza de las naciones, habló de la división del trabajo, del progreso natural de la riqueza por el hecho mismo del intercambio. También dijo que en la búsqueda de empleo para el capital la industria es preferida al comercio, aunque el comercio exterior ha introducido mejoras en la agricultura, que es necesaria para el desarrollo de ciudades "de alguna importancia". Pero, curiosamente, este orden natural de agricultura, industria y comercio no fue respetado al iniciarse la conquista del Nuevo Mundo por los europeos. Una población estimada de 20 millones de indígenas a la llegada de Cristóbal Colon sufrió con la llegada, también, de las enfermedades contagiosas, la despoblación y el expolio de sus riquezas naturales. Henry George, creador de una escuela económica triunfadora en Australia, habló de no parar la economía, de impedir la miseria de las naciones. Fue Friedrich Engels quien analizó realmente las consecuencias de la industrialización para la naciente clase obrera en su estudio La situación de la clase obrera en Inglaterra. El ansia del crecimiento rápido y la acumulación de riqueza fue el detonante del nacimiento de la desigualdad en las sociedades y entre naciones. Es evidente que hay diferencias entre Cervantes y Shakespeare, entre Abraham Lincoln y Silvio Berlusconi, entre Sócrates y Madonna, entre los personajes que salen en el Hola y los que salen en las páginas de sucesos. O existe una igualdad sustancial entre todos ellos que cualquier biólogo nos diría que se desvanece por el simple hecho de la evolución. La realidad no es un conjunto enlazado de hechos estáticos sino de diferentes evoluciones de las distintas sociedades que existieron y se han reproducido hasta nuestros días. La evolución ha generado desigualdades históricas, la lucha entre ellas por el dominio de las riquezas. Las desigualdades y la lucha por el dominio prosiguen. El Edén no es la tierra prometida sino solamente un espectro imaginario de una utopía imposible situada entre la razón y la sinrazón. En este orden de desigualdades, el gobierno español acaba de anunciar una amnistía fiscal para defraudadores de capital mientras desde Europa nos presionan para reducir drásticamente el déficit público. Pero nadie nos dice cómo reordenar la riqueza y las relaciones, la agricultura, la industria y el comercio. Más bien, nos paran todo el proceso de división del trabajo social y asustan a los capitales, con la diferencia de que ya no existe el Nuevo Mundo que expoliar: ahora nos expoliamos a nosotros mismos.
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